Laberinto de panes y peces
LA NECESIDAD DE PENSAR
Hace algo más de un año tuve la oportunidad de estar algún tiempo en relación directa con uno de los ambientes culturales más desbordantes de los que se puedan encontrar en el mundo, y por otra parte, el más emblemático de lo moderno. Me estoy refiriendo al que se desarrolla en la ciudad de Nueva York. Pues bien, una de las muchas cosas que me llamaron particularmente la atención de la actividad artística neoyorkina, y creo que, por extensión, de la norteamericana en general, fue el sentido de eficacia que muchos de sus artistas plásticos atribuyen a los objetos y obras que realizan. Eficacia que está basada principalmente en la claridad a la hora de transmitir contenidos en sus obras, ya que, en su configuración, sustantivan propuestas y temáticas que en su resolución formal son captadas fácilmente por el espectador, y consecuentemente con ello, tienen la posibilidad y capacidad de apelar a la reflexión.
La percepción del hecho por mi parte, no se situaba tanto en el posible valor instrumental que pueda tener el arte desde un punto de vista de utilidad social para a algunos colectivos artísticos que en ese tiempo me encontré en el Soho, sino, más bien, en el hecho de que parecía que ponían su pensamiento en aquello en lo que hay que pensar, en aquello en lo que se entiende se debe pensar. Cuento lo dicho porque esa sensación hibernó, y despertó ahora viendo el trabajo que Antonio Debón preparaba para esta exposición Estos cuadros no son solo una reflexión sobre algo, que lo son, sino una propuesta que apela a la reflexión sobre algo, que habla de esa necesidad, al tiempo
que la sitúa.
El modo que Debón utiliza para confeccionar sus obras puede verse como «oscilante» entre formulaciones discursivas al estilo americano , y ciertas ideas europeas (quizás las que se originan en las descontextualizaciones de Duchamp). No lo niego , aunque tampoco me interesa detenerme en ello. En todo caso, pienso, que es solo un recurso técnico, pues es ese aspecto de arte directo y frontal, casi basado en las técnicas de comunicación, que tanto se desarrolló al otro lado del Atlántico, lo que creo que le interesa en la medida que le permite una relación sin ambigüedades con el espectador, y en el sentido de eficacia al que me refería al principio. Un recurso cuya literalidad hace que hasta el misterio quede relegado, pues su forma de posibilitar niveles de lectura o variables de interpretación reclaman un esfuerzo a la mente, de tal manera que para alguna de sus composiciones, parece que Debón utiliza una sintaxis extraída de los lenguajes pictográficos, o quizás de algo menos reglado como los jeroglíficos . Aunque, bien es verdad, que en ocasiones se permite jugar con la percepción evitando la visión directa de los signos, tamizados estos por tramas de efectos ópticos de evidente valor plástico, y cuyo resultado, empero, no queda exento de sentido metafórico.
Las imágenes que utiliza tienen una sólida carga cultural. También simbólica: se las puede ver, incluso desde sus connotaciones religiosas (el pan y los peces) y bíblicas (la manzana). Pero aquí no hay enigma, no lo hay por lo menos metafísicamente hablando, pues a ninguna imagen se le puede negar la posibilidad de tener más de un sentido. Debón quiere ser claro en su mensaje porque necesita sentirse asistido por la razón y la certeza. Ya hace años que casi todo lo que surge de sus manos, y se atreve a sacar de su taller, es consecuencia de su pensamiento, y sobre todo, de la necesidad de formularlo a los demás desde una suerte de particular fortaleza cuyo basamento es la sólida formación que, como artista plástico, posee.
En una época en la que todo el mundo está ocupando su tiempo en aplicar todas las energías posibles en hacer, y en la que apenas tenemos tiempo para pensar sobre lo que hacemos, la pintura de Debón parece advertirnos que, incompatibilizar el tiempo de hacer y el tiempo de pensar es lo que acarrea, en la actualidad, la mayor parte de los problemas sociales y ecológicos. Y para ello, no puede ser más palmario en su discurso , porque si bien en algún momento de su evolución, él resolvía una doble articulación icónico-lingüística como estrategia conceptual para redefinir su espacio creativo , ahora, su expresión es más diáfana. Nos muestra su compromiso ideológico y nos invita a fijar nuestra reflexión en el hecho de que estamos provocando accidentes ecológicos muy serios, y aunque las consecuencias de ello pueden llegar a ser de dimensiones incalculables, el hecho es ya insoslayable, y tanto ética como estéticamente deplorable.
Las imágenes que Antonio Debón nos presenta no pretenden tener significado épico, ni arrastrar como las grandes ideas , ni mostrar voluntad revolucionaria alguna. Creo que solo aspiran, y no es poco, a significar un aldabonazo importante a la hora de edificar nuestra conciencia individual con el pensamiento, quizás por el convencimiento de que son los cambios sociales los que influyen sobre el arte, y no al revés. Pero eso no le vencerá, no aminorará su compromiso ni detendrá su insistencia a partir de su propia evolución artística, no afectará a su condición de francotirador al servicio de loables causas. Es su estilo, el estilo un artista-avanzadilla de un movimiento que deberá ser, no ha mucho tiempo, más amplio, pues no creo que los artistas en general puedan mantenerse ajenos a una realidad social que se nos muestra con graves problemas, y no solamente ecológicos. Antonio Debón es uno de los que ya lleva algún tiempo trabajando en esa dirección.
Carlos Plasencia, Diciembre.98