Tránsito sin barreras
EL INCANSABLE BUSCADOR DE IMÁGENES
A menudo -atrapados por los efectivos juegos refenrenciales- concedemos carácter prioritario a las comprometidas relaciones que interpretativamente pueden establecerse entre la imagen y la realidad circundante, mientras solemos dejar, un tanto silenciosamente, como entre paréntesis, la realidad constructiva que comportan las imágenes, en su autónoma existencia. Es decir, que estaríamos, por lo general , mucho más dispuestos a aceptar que retóricamente construimos las imágenes y no tanto a reconocer que también somos nosotros quienes, de hecho, construimos la propia noción y el perfil de la inquietante realidad que nos cobija.
Sin duda alguna -por la inversión consciente de ese mismo motivo- personalmente me he sentido, desde la perspectiva estética, siempre bastante más atraído por las complejas relaciones existentes entre el pensamiento y las imágenes que por la inmediata validación referencial de ambos dominios, en su respectiva proyección sobre el
entorno (pensamiento/realidad, imágenes/realidad).
En tal sentido, he de confesar sinceramente que mi interés por la particular trayectoria artística del profesor Antonio Debón (Benetusser, Valencia, 1953) -como perteneciente a aquella amplia generación de pintores, que irrumpió en el diversificado panorama artístico valenciano de principios de la década de los ochenta- se acentúa, de manera muy especial, al centrar mi atención en las pautas reguladoras de la interna construcción de sus imágenes, es decir cuando intento acercarme, analíticamente, al concreto repertorio de sus estrategias técnicas, de sus recursos materiales y de sus diversificados procedimientos, en cuanto que vehículos físicos, capaces, en su interlocución, de posibilitar eficazmente la ilustración visual de su pensamiento.
Reconozco, pues , que me inclino -sin traer a colación, aquí y ahora, otras matizaciones complementarias- a favor de la actividad plástica de Antonio Debón como incansable buscador/constructor de imágenes. Opción ésta que precisamente le exige, asimismo, una constante actitud de indagación experimental, de impenitente puesta a
punto y adecuación efectiva entre los medios expresivos, las estructuras compositivas y las apelaciones retóricas que, en cada caso, su controlado leguaje pictórico desea potenciar.
Es así como se mueve y elabora su quehacer artístico, deambulando entre las exigencias de la interna autonomía constructiva de la obra y las, por otra parte, irrenunciables apelaciones a la diversificada funcionalidad del arte. No en vano -como bien reconocía y nos recordaba el viejo John Dewey- el arte es siempre, por fortuna, mucho más que mero arte.
¿No es acaso estrictamente viable reconocer esa vocación de tránsito entre el pensamiento y la imagen, que se lleva a cabo en el proceso de construcción de cada obra, y la correspondiente opción simétrica , que luego se activa, de manera paralela, en el persuasivo engranaje de la lectura, es decir en el contrapunto establecido entre
la imagen y el pensamiento, en plena experiencia estética?
En ese doble juego de traducciones, desarrolladas entre ámbitos tan diferentes como complementarios (del pensamiento a la imagen y de la imagen al pensamiento) es donde se justifican precisamente las relevantes emergencias de los valores vitales junto a los valores estrictamente pictóricos, allí donde, a fin de cuentas, la requerida funcionalidad puede mantener su respectivo y legitimante diálogo con la irrenunciable
autonomía .
Quizás por esa misma y justificada causa, el lenguaje pictórico de Antonio Debón nunca ha perdido una cierta impronta de marcado alcance ilustrativo -tanto en su agilidad y creciente simplificación compositiva como en la presencia de resolutivas huellas de carácter gráfico- sino que, de una u otra forma, más bien la ha potenciado sistemáticamente, en la conformación del conjunto de sus series . Por ello, desde una óptica estrictamente estética, podemos decir que poco han importado -en sí mismosla concreta anécdota referencial o incluso la puntual sugerencia simbólica que hayan podido facilitar, alternativamente, motivo y título a sus diferentes propuestas plásticas, aunque, de hecho, estructuralmente formasen parte irrenunciable de su persistente inquietud comunicativa, transformándose, de posible referencia denotativa, en contenido asimilado por su propio pensamiento y, de éste, en activo significado, inseparable paralelamente de su experimentada construcción artística .
No en vano, hay que reconocer que sus personales preocupaciones frente a la naturaleza, ante la historia o en conexión con acuciantes y extremas relaciones humanas se han podido convertir en un estricto y sostenido reto de cara al abanico de sus concretas formulaciones plásticas, siempre desde su consciente compromiso vital y
desde sus legítimas raíces éticas.
Es, pues, el sujeto quien funciona, en última instancia, como puente y asegura, desde sí mismo, los inseparables vínculos que cabe establecer entre realidad, pensamiento y lenguaje visuales. Es el sujeto el que activamente selecciona, elabora y construye, a partir de todo un complejo horizonte de condicionamientos previos y tradiciones compartidas.
El profesor Antonio Debón selecciona y construye sus emblemáticas imágenes, trabajando en series específicas. Es así como un personaje, un vaso de agua, una fruta, una esfera terrestre, una llave, una sugerencia animal o un fragmento de paisaje pueden transformarse en el verdadero punctum saltans, vertebrador de toda una secuencia de articuladas propuestas plásticas. Articuladas efectivamente, en la medida en que la propia imagen, en su interna narratividad, resuelve el motivo figurado en juego de estrictos elementos visuales, donde predominan los planos y los contrastes y donde el espacio pictórico se impone sobre cualquier insinuación referencialmente descriptiva .
De hecho, siempre he pensado que Antonio Debón ha elaborado su propio lenguaje pictórico directamente condicionado por las estratégias de los códigos gráficos vigentes. De este modo, la obra gráfica, con su inmediato potencial comunicativo, ha sabido enriquecer, a ultranza, y dar unidad a las subsiguientes claves pictóricas. Ya lo hemos insinuado con anterioridad: la cadena de imágenes -en su autonomía compositiva- «funciona» como un eficaz repertorio de ilustraciones visuales, intencionadamente decantadas hacia un texto quizás no escrito, pero sin duda alguna vivenciado directamente en el pensamiento visual de aquellos sujetos, que comparten un mismo contexto de problemas y de responsabilidades existenciales.
En ese particular y sugerente marco retórico, en el que imagen y texto/pensamiento se dan virtualmente la mano, es donde -a mi entender- se resuelve el auténtico nudo gordiano del quehacer pictórico de Antonio Debón. En ese sentido, los entramados de fibra de vidrio y el recurso a los acrílicos, a la serigrafía o al collage responden, en su conjunto, a unos mismos parámetros de estudiada estructuración gráfica. A fin de cuentas, las imágenes se nos presentan, potencialmente, como otras tantas ilustraciones autoconscientes de la narratividad del propio pensamiento. Tal sería, escuetamente formulado, uno de los principios explicativos de la sostenida investigación llevada a cabo por el profesor Antonio Debón.
Román de la Calle
Universidad de Valencia
Estudio General