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Minamata

PARA UNA ECOLOGÍA DE LAS IMÁGENES
Antonio Debón. Galería Rita García. Valencia. Marzo 1993.

Inscrito en aquella amplia generación que comenzó intensamente ha desarrollar sus actividades artísticas en el diversificado contexto valenciano de los ochenta, Antonio Debon (Benetusser 1953) ha conseguido paulatinamente afianzar sus personales planteamientos estéticos ya en los inicios de la presente década, tras toda una serie de ajustes que le llevaron, de manera escalonada, a visitar diferentes dicciones y numerosas estrategias pictóricas, previas a la favorable coyuntura presente.

Justamente en la bisagra de ambas décadas, aborda Antonio Debón, en su quehacer artístico, un pausado y solvente ejercicio de concienciación ecológica. Y lo hace, a nuestro modo de ver, desde una doble perspectiva: su pintura puede, sin duda, estar motivada por el siempre perentorio y diversificado tema de las preocupaciones -y responsabilidades- ecológicas, pero también inicia una especie de intensa y bien planificada depuración, en sus mejores propuestas, que nos permite hablar en favor de una muy sugerente y efectiva ecología de las imágenes.

En realidad es esta una cuestión esencial que, como tal, no deja de tener su propio peso: la de comenzar aplicándose a si mismo la saludable e higiénica terapia que convincentemente se auspicia como panacea para el entorno. Y tal autoexigencia ecológica -como oportuna catarsis- no ha dejado de beneficiar ampliamente a sus propio quehacer artístico, como ha podido constatarse en sus ultimas muestras individuales, aun sometidas -un tanto- a programas de zigzagueante experimentación, pero en las que ya se apunta, de forma evidente, un objetivo marcadamente común.

En lo que respecta a su actual exposición en la valencia galería Rita García -conformada en junto por «dibujos», pinturas y la inevitable instalación- quizás merezca la pena hacer incapié en un aspecto que puede ser eficaz y compartidamente didáctico: cuanto mas explícitamente se quiere comunicar el tema ecológico a través de las imágenes, mas decrece (directa y proporcionalmente a tal incremento) el interés estético de algunas de ellas.

Así, ateniéndonos a tal principio, no estamos de acuerdo con quienes han ponderado un tanto desmedidamente -desde la prensa- el recurso a la instalación como autentica «clave de lectura» del conjunto de las obras expuestas por Antonio Debón. De hecho introducir / instalar una especie «de referente» inmediato del deterioro ecológico dentro del espacio expositivo -como subterfugio didáctico de ejemplificación o refuerzo- obedece y reproduce de forma mimética una vieja y manida cantinela que se nos ha vuelto, de tan a la moda, excesiva monótona. Y más aún si tal instalación es un punto trivial, por «ya vista». De ahí que insistamos una vez más -como susurro, que no consejo- en la necesidad de acentuar la ecología dentro del ejercicio artístico en si mismo. Algo que -como decíamos- ya positivamente viene, como pintor, practicando Antonio Debón, pero que debería también aplicar a sus montajes expositivos.

Por supuesto, es innegable que sus planteamientos pictóricos han ganado en efectividad, sobretodo en algunas destacadas propuestas, y felizmente ha conseguido -por lo general- encontrar al fin sus propias pautas lingüísticas: algo que le era ya tan urgente como necesario. Sin embargo difícilmente la función conminatoria -en el marco artístico- puede ir más allá de la función autoreferencial de la pintura, sin alterar en exceso su estatuto estético.

Tiene Antonio Debón a su favor, como es sabido, un buen domino del medio y de los recursos plásticos, y ahora se halla ecológicamente motivado, lo cual -ademas de saludable en múltiples sentidos- es también sugerentemente positivo al aplicarse directamente al quehacer artístico. Y en ello confiamos, dada la considerable cualificación de sus recientes eslabones expositivos, en este inicio de los noventa. Una década que, sin duda, va a representar un gozne clave en su trayectoria personal. Ese es su reto.

Román de la Calle

Palabras

LA PALABRA POÉTICA

Como si de un palimpsesto se tratase, en la obra que Antonio Debón nos presenta durante los meses de noviembre y diciembre del presente año en la galería Gastaud & Caillard (París), las palabras dejan ver el fondo, traslucen el problema recurrente de la humanidad a lo largo de más de veinte siglos de historia, producen una superficie vibrante, perceptualmente activa, que cumple aquello que ella misma tiene como referente: los cuadros parecen estar vivos, los diferentes elementos que en ellos se encuentran parecen moverse, acunados en el seno de ese bucle que se traza entre las formas y los significados de las palabras. Ellas, linealmente dispuestas, parecen querer marcar la situación de un planeta que escapa del centro del cuadro, que siempre se descentra para dejar paso al lenguaje, porque es el universo conceptual el que se convierte aquí en eje de la actividad artística.

Igual que la tierra gira sobre sí misma, la obra de A. Debón, palimpsesto de materias y técnicas, se pone en movimiento hacia el concepto, hace que el arte se pliegue sobre sí mismo y de este modo se muestre como un lugar desde el que generar el espacio profundo de la reflexión, un elemento con un relieve propio que invita a iniciar el viaje de la mirada. Pero, la Tierra también se traslada: plantea tras las líneas de palabras que, como órbitas elípticas, circulan por una superficie plástica llena de paisajes imaginarios, a veces oníricos o casi surrealistas, plena de materia cósmica en la que descubrir ese lugar oscuro del misterio, ese sitio que ocupa el que por un momento se da cuenta de lo inabarcable que resulta el significado de una simple palabra: “vida”.

Por ello, y a pesar de tratar una temática destacadamente ecológica, la obra de Antonio Debón es más que una denuncia, una invitación a la reflexión, a ver lo subyacente, una incitación a suponer una forma secreta bajo la superficie del cuadro, a imaginar la orografía del espacio cósmico en medio del uso pseudobarroco de elementos, materiales y técnicas, que dan un resultado simple, sólo en apariencia, porque lo sencillo no implica carencia de contenido, sino por el contrario, plenitud de significado.

Frente a nuestro universo ya lleno de satélites, cosmos en el que la comunicación se ha trocado en acumulación de información, siempre a la búsqueda del reducido e inmenso espacio del microchip, frente a ese complicado laberinto de aceleradores de partículas, siempre indagando una teoría del campo unificado, frente a la multiplicación de lenguajes que todo ello comporta, Antonio Debón nos propone una única palabra tras la que posiblemente se encuentran las infinitas preocupaciones del hombre: “vida”. Un único término contiene todo el universo, un universo en el que descubrir la materia oscura, ese espacio interestelar que podemos recorrer en su microcosmos plástico, una sola la palabra, una sintaxis cósmica, sin oración posible, nos invita a anotar toda la literatura de sus juegos verbales, una palabra poética eterna que designa un único elemento común, un lugar exclusivo para todos: La Tierra.

Desde aquí, parece posible dejar de creer en la cronología, en la secuencia de los tiempos, confiando en que cualquier fragmento fortuito contiene la totalidad, considerando la conversión de la propia Tierra en su símbolo. Así, en una especie de travesura elíptica “la omisión de la frase, el significado lingüístico es un punto, como lo es la Tierra en el inmenso universo” A. Debón convierte sus obras en una especie de adivinanzas, en interrogaciones que nos invitan al planteamiento de un problema. Cada cuadro es una fracción que contiene todo el metro del universo en una triste ionización de las teorías que tantos descifradores proponen para leer nuestro planeta. Aquí, basta un concepto como reivindicación ecológica, reivindicación, por otra parte, que A. Debón no deja de reiterar, igual que se ha repetido a lo largo de la historia y en cada uno de nosotros, esa preocupación por lo universal.

Globos terráqueos, mapamundi, diseño de una geografía que abarca la totalidad de la superficie que podemos recorrer, cartografías de colores en las que las fronteras son desdibujadas por el barniz, por las palabras (“vida”), en las que las líneas de separación culturales se deshacen con la búsqueda de un principio biológico más fundamental (“vida”), obras como puertas hacia la pérdida de gravedad, como en un recorrido espacial, en el que podemos ver que la propia Tierra bulle (“vida”), de nuevo (“vida”).

Manchas negras, geografías clasificadoras, espacios cósmicos, planetarios e interestelares: todo puede estar fijo en un punto que se repite incansablemente. Por ello, en los cuadros que A. Debón nos presenta en esta exposición todo parece accesible, pero al mismo tiempo, todo parece estar rodeado por las por la advertencia de un peligro, porque en sus pequeños planetas reiterados se nos escapa el propio bullicio de los días y de las noches, el misterio que se esconde en el referente conceptual. El arte aquí trueca el carácter alucinatorio de la división de nuestro planeta por la absoluta realidad, porque después de todo éste viene a consistir en una creación de universos imaginados con referencias a algo que nos resulta cuando menos, conocido.

Con todo, A. Debón concreta una nueva manera de plantear un problema, una forma distinta de hacernos reflexionar sobre un hecho absolutamente simple y complicado a la vez, un método diferente de recoger desde diversos materiales y técnicas que alcanzan una unidad estructural, una misma preocupación universal que todos podemos captar inmediatamente de nuestras circunstancias particulares de raza, sexo nacionalidad o cultura. No se trata aquí de ofrecer soluciones, sino simplemente de hacernos cuestionar las condiciones de nuestro propio hábitat, el puesto del hombre en el cosmos.

La tierra, es el lugar tan inmenso, se presenta infinitamente desvalido. La tierra, que nos mira desafiante, nos esperanza, con ilusión y nostalgia, parece invitarnos a tener un fino puente de palabras para acercarnos a ella, a ese planeta tan ruinoso ahora como monumental. Tal vez, sólo nos quede construir una casa del tamaño del mundo, no querer aceptar el orden convencional de una realidad condicionada por las leyes, ser el eco de la palabra poética del universo plástico de A. Debón.

                                       

Marina Pastor

Life


UN MANIFIESTO ECOLOGICO FINISECULAR

(Imagen – síntesis de una realidad cotidiana, mediante una estética calculada, de atmósfera solemne y singular iconografía, que se expresa como provocación sutil, silenciosa y profunda.) .

La pintura de Antonio Debón, la de ahora mismo, se me presenta como una provocación sutil, silenciosa y profunda. La primera impresión es buena: tiene la eficacia de atraer la mirada del espectador, por su estética calculada, su atmósfera solemne, su singularidad iconográfica . Captada la vista, centrada la atención, el cuadro va descubriendo su mundo íntimo, oculto en su interior. La relevación es el resorte que pone en funcionamiento la capacidad de pensar del contemplador. A partir de ahí, surge la lectura personalizada.

UNO
Parece ser que los tiempos finiseculares resultan propicios para el desarrollo de reflexiones extremas, para el clamor de afirmaciones rotundas y trascendentes, con las que frecuentemente los falsos profetas consiguen inquietar las vidas tranquilas de la mayoría de los ciudadanos, en provecho de sus particulares intereses. No obstante, entre todo este estruendo vocinglero, puede existir alguna voz lúcida y desinteresada que nos advierte de peligros evidentes . Distinguir estas voces de entre tanto alarido no es tarea fácil y, sin embargo, conviene intentarla.

Uno de los más sensatos gritos de alarma se emite con insistencia es quizá el que advierte del precario futuro de nuestro planeta. Antonio Debón ha captado la onda y está sabiendo dotar a sus cuadros del mensaje en defensa de la naturaleza. Su pintura trata de comunicar el entusiasmo por la vida (la palabra lífe aparece repetidamente en sus lienzos). Es una actitud de afirmación, como lo es el concepto «naturaleza» o la noción «nacimiento» (born escribe el pintor, como en un intento por expresarse en el más internacional de los idiomas, para que su llamada llegue lo más ampliamente posible), en contraposición con la idea de la muerte.

DOS
La obra de Antonio Debón se nos ofrece así como una suerte de manifiesto finisecular, que merece ser escuchado. Pero la suya no es voz de expresión fónica. La suya es una llamada fundamentalmente visual. Y para que no se olvide lo recuerda escribiendo también en sus lienzos el vocablo sajón see. Más que una evocación es una mezcla de ruego y mandado: «¡Mira!».

Mirar, ver la pintura de Antonio Debón, su particular metáfora cósmica que se hace universal interpretación de todo un mundo vital, lleno de vida, que se nos escapa de las manos, día a día, «por el irreflexivo culto al progreso», como denunció Octavio Paz recientemente en Estocolmo. Mirar, ver la pintura de Antonio Debón como imagen síntesis de una realidad cotidiana, de una ideología especial que procura no derrumbarse junto al general crepúsculo de sus homólogas. Mirar, ver la pintura de Antonio Debón como pintura y sólo pintura.

TRES
Pintura compleja la de Antonio Debón por cuanto que aglutina vocabularios diversos para la consecución de un lenguaje personal e intransferible. Un lenguaje que nos llega con cierta facilidad, pero que resulta complicado en su propia elaboración. De este modo, en un mismo cuadro de Antonio Debón cabe encontrar acentos conceptuales, reminiscencias del minimalismo y del povera, etcétera; en el mismo cuadro de Antonio Debón se puede descubrir una conjugación de la emoción y de la razón, elementos expresionistas (herencia de su anterior etapa) y elementos de ordenada construcción, como si deseara dejar constancia de su íntegra naturaleza: hombre- instinto y hombre-reflexivo; pintura espontánea y ordenada a un mismo tiempo, en un mismo espacio.

Hay, pues, también en la obra de Antonio Debón una clara voluntad por expresarse con naturalidad, lo que de alguna manera respalda su mensaje, honesta y coherentemente. Una naturalidad que, a su vez, constata la vocación por afirmar su individualidad, la mejor garantía del carácter original de una obra artística. Y en esa individualidad, el registro de lo diferencial, un apetito de rebeldía que se traduce, entre otros aspectos, en esa suerte de transgresión del formato habitual del cuadro.

Nos hallamos, en consecuencia, ante una actitud evidentemente artística, de afirmación de una personalidad creadora que, mezclada en el vocerío finisecular, todavía no ha sido advertida, pero que merece ser considerada por su positiva postura, la cual cuenta con el mérito inapreciado de manifestarse contra corriente.

Valencia, últimos días de 1990
RAFAEL PRATS RIVELLES